Korakrit Arunanondchai

Canciones para morir

20 oct 2022 - 8 ene 2023


Fantástico Interior

Escena 4


  • ComisarioRafa Barber Cortell
  • SalaA

La cuarta escena de Fantástico interior marca el final de un ciclo de exposiciones que comenzó hace un año y que ha discurrido por los distintos momentos que, de alguna manera, construyen el relato íntimo de una vida, empezando por la infancia para terminar con la muerte y deteniéndose en todo lo que hay en medio.

En esta escena final, Korakrit Arunanondchai (Bangkok, 1986) presenta la videoinstalación Canciones para morir, en la que el artista tailandés se asoma a formas de ver el mundo en las que la relación con la muerte tiene un marcado carácter personal e inmediato y está estrechamente enlazada a la vida. En este espacio situado entre lo material y lo espiritual, entre el aquí y el más allá, y en las formas en las que dicho espacio es narrado, Arunanondchai encuentra muchos de los códigos ocultos que sirven para explicar lo real. De este modo, es capaz de crear un collage visual en el que se relacionan varios eventos que ocurren en distintos lugares y en distintos tiempos, pero que están conectados por una figura común: la del fantasma.

El fantasma se representa en la obra como una alegoría de lo que no se puede contar y bebe de la espiritualidad de Asia y de las religiones animistas. Lo importante no es si el fantasma existe o no, sino las historias y las narraciones que se cuentan a través de su figura, que habita los diversos lugares por los que transita Canciones para morir de muchas maneras distintas.

Por ejemplo, el fantasma habita en el trauma colectivo, como narra la videoinstalación a través de los hechos acaecidos en la Masacre de Jeju, la rebelión que tuvo lugar en la isla de Jeju (Corea del Sur) el 3 de abril de 1948 en contra del gobierno del país, el grupo paramilitar Nothwest Youth Group y la ocupación estadounidense de la isla. Unos 30.000 civiles fueron asesinados por el ejército surcoreano, los paramilitares y las fuerzas de Estados Unidos y las autoridades prohibieron que se hablara o escribiera sobre lo sucedido durante seis décadas. Este silencio obligado convirtió los rituales chamánicos y otras manifestaciones de espiritualidad íntima en la única vía de los supervivientes y familiares para encontrar la paz y la reconciliación. La figura de la chamana es protagonista en este video y aparece representada como una protectora de la historia, capaz de convertirse en el receptáculo de esta memoria enterrada y ocultada.

El fantasma también se manifiesta de alguna manera a través de las manifestaciones, reproducidas en el video, que tuvieron lugar en Tailandia a partir de las protestas estudiantiles que buscaban crear un marco más democrático y próspero para el país. En estas se performaron imaginarios de la cultura popular que el artista recoge en la obra, como el saludo con tres dedos o el pájaro amarillo de los libros de la trilogía de ficción Los juegos del hambre, que simbolizan la oposición al poder establecido. La lejanía de los miembros del gobierno respecto del pueblo (que los convierte en fantasmas), combinada con la cercanía de la cultura popular en la que se originan estos símbolos, de algún modo recodifica una nueva espiritualidad de la que también es partícipe la protesta, generando una tensión entre lo material y lo anímico, entre lo sagrado y lo laico, entre lo oficial y lo popular.

La relación del propio artista con la muerte y la espiritualidad del fantasma también nos llega a través del fallecimiento de su abuelo durante la crisis del COVID-19, que supone el punto de arranque del video: el artista comparte el momento preciso de su partida, en el que se le invita a cantarle una canción para así poder acompañarle hasta su último instante en este mundo, ya que el sentido del oído es el último en desaparecer cuando morimos. Son estas canciones, capaces de conectar mundos y acompañar los procesos de desmaterialización de lo humano, las que estructuran la narrativa de todo el video, convirtiéndose en cantos que invocan la espiritualidad de la era contemporánea, canciones para el orden, canciones para la descomposición, canciones para soñar…

Una tortuga, que encarna al espíritu del abuelo del artista, narra este relato poliédrico junto a la voz del propio Arunanondchai. La relación entre ambos narradores crea un relato que conjura la eternidad de lo espiritual y la conecta con la fragilidad de lo humano, hablando sobre la descomposición como una forma de existir en el mundo que nos conecta con los animales y las plantas. Lo sagrado que habita en el arte de contar historias y los contenidos políticos que alberga este acto de contar se desbordan en Canciones para morir, invocando todo aquello que no se puede tocar, que es íntimo pero a la vez universal y que muere cada día para volver a nacer al día siguiente.

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